La expectativa de este año electoral mitiga, seguramente, la inevitable confrontación social que el modelo de exclusión genera, aunque no esté claro cómo terminará todo, La consigna macrista de campaña de 2015 de pobreza cero, se revela a esta altura como una burla descarada, pero, aun así, las posibilidades de una continuidad son fuertes. Parece razonable creer que la decepción de quienes ingenuamente creyeron en falsas promesas, ahora se extienda a la totalidad del sistema político sentados en la zoncera de la autodenigración nacional, sin que se predispongan a apoyar salidas superadoras, cumpliendo así el rol nefasto de ser el “peso muerto de la historia” que inclina, al fin y al cabo, la balanza a favor de lo poderosos. También cuenta la persistencia de un electorado duramente oficialista, en la línea del tradicional antiperonismo que aportó la base social a cuanta política reaccionaria haya habido, desde la marcha de la Constitución y la libertad en septiembre de 1945, la movilización a favor de la dictadura de 1955 y la adhesión al régimen genocida de 1976, hasta el apoyo electoral dado a Angeloz en 1989 en el medio de la debacle social provocada por los radicales, La campaña seguramente hará eje en la corrupción del gobierno anterior, ahondando la confusión general inducida desde los medios de comunicación concentrados, quienes, mientras le imputan las peores barbaridades al gobierno anterior, ocultan la verdadera corrupción consistente en la toma desmesurada de deuda externa exclusivamente para financiar la fuga de dólares de parte de grupos económicos que, además, son quienes ahora están en el poder político central. De paso, les escamotean a las mayorías las causas verdaderas de los problemas de fondo, relativas a la condición de país dependiente.
El macrismo cuenta con el apoyo expreso de la élite financiera y de los multimedios de la comunicación concentrada, como el grupo Clarín. Las élites industriales del país se encuentran en la disyuntiva de continuar apoyando a quien le promete bajar sus costos laborales por vía de retracción de derechos de la clase trabajadora, o seguir perdiendo ingresos por la retracción del mercado interno. La disyuntiva histórica de una fallida burguesía nacional, que afecta desde los más grandes hasta los más pequeños. Mientras, los sectores del campo se dividen. Los pequeños y medianos propietarios rurales han mutado la sorpresa inicial de ver achicar sus ingresos pese a la eliminación de las retenciones, en malestar ante la evidencia del perjuicio que les causa la política económica. Pero esto no se traducirá en una oposición política consecuente, revelando una vez más su impotencia para darse un programa político de interés nacional. Algo similar ocurre con las patronales agropecuarias, que han sido llamativamente omitidas en el discurso presidencial de apertura de sesiones.
La cuestión política vital para el macrismo sigue siendo la posición de la UCR. El partido centenario barrió hace tiempo cualquier atisbo de yrigoyenismo o forjismo, con un vaciamiento ideológico que, por sobre todo, significa una deserción de llevar adelante cualquier compromiso con un proyecto de nación integrado y soberano. Lo que condena al viejo partido al seguidismo de las fuerzas oligárquicas. Esto fue percibido y aprovechado por el macrismo, dando lugar a una alquimia en la que los tradicionales comités de las provincias se disfrazaban de Cambiemos. La UCR, así, le dio el alcance nacional que el remozado mitrismo del PRO, en su porteñismo librecambista y antipatriótico, carecía y necesitaba para realizarse como una alternativa real de poder. De ahí que cualquier fisura en esa alianza sería decisivo para su derrota.
La política macrista no tiene destino, es inviable e insostenible, pero hace falta una fuerza política que la desplace. Por eso, la fortaleza política del macrismo hasta ahora se ha basado, en gran medida, en la debilidad del movimiento nacional, y ésta es consecuencia de las causas de agotamiento que derivaron, con mayor peso, en la derrota electoral de 2015.
Divisiones, internas e intereses.
En la comprensión de las causas de esa derrota, existentes en el bando nacional, democrático y popular, es en donde se podrían encontrar las claves para encontrar la salida del laberinto del vasallaje. Algunas de estas causas parecen haberse comprendido, mientras que otras aún persisten. La rapidez y profundidad de la destrucción de las conquistas logradas, así como la persecución política a opositores mediante la espuria utilización de estratégicos sectores judiciales, muestran que el poder de fuego de la oligarquía ha sido subestimado. Junto a esto, el achicamiento de la alianza social que constituía el movimiento nacional limó las chances para sostener una política progresiva, con la fractura entre la conducción y sectores importantes del sindicalismo, la falta de profundización en la organización de los sectores populares y la excesiva confianza en un empresariado local que le dio la espalda para apoyar a quienes, ahora, le están clavando una colección completa de puñales. El motivo principal de este divisionismo, más allá de rencillas y mezquindades, se encuentra en una incomprensión de la gravedad de lo que se venía, o dicho de un modo más preciso, de una débil y, a veces, falta de conciencia nacional y antiimperialista. La escasa solidaridad y acompañamiento hacia Luis D´Elía, Amado Boudau, Milagro Sala y Fernando Esteche, entre varios, por sus condiciones de presos políticos, es una muestra de esto también.
El acercamiento de Cristina Fernández a Hugo y Pablo Moyano, a los sectores más movilizados del campo sindical que, desde el primer día confrontaron con la política antinacional, como el caso de los enrolados en la Corriente Federal de Trabajadores, los trabajadores bancarios y los de la educación, son señales de aliento. Lo mismo que sus reuniones con diferentes sectores de la política. Cristina tendrá que decidir si es o no la candidata a presidente. Si lo es, lo esperable es que la persecución contra ella se profundice hasta los límites de su proscripción, como en el caso de Lula. Si no lo es, tendrá que elegir quién lo sea, cuyo nombre podría estar entre Felipe Solá y Agustín Rossi. Una alianza con Sergio Massa es, por ahora, improbable, quien parece alternar sus deseos entre ser una figura de recambio conservador o un ariete divisionista del campo nacional y democrático, como en 2015. Una candidatura de Lavagna tendría esa misma intencionalidad divisionista, con el objeto de impedir la formación de una mayoría popular a partir de la confluencia de las fuerzas sociales de raíz nacional. En el peronismo bonaerense se intenta la unidad, con intendentes massistas, y una disputa de su conducción que le dará el contenido programático: no es lo mismo Verónica Magario que Martín Insaurralde. En la UCR se escuchan crujidos lógicos de acuerdo a los sectores productivistas del interior que representa, fuertemente agredidos por la política económica, pero el largo abandono de la línea nacional popular, tornan a la actual dirigencia proclive al oportunismo, que podría expresarse en la candidatura de Lousteau, ex embajador de Macri en los Estados Unidos.
Una cuestión para no soslayar es la predisposición de la población para sostener los cambios sociales, con el nivel de conflictividad que conlleva necesariamente. Por eso, sin dejar de lado los señalamiento críticos imprescindibles, corresponde valorar y alentar el involucramiento en la política de las generaciones más jóvenes, un legado del ciclo de la ex Presidente. De la misma manera, el movimiento de mujeres aparece como una novedad esperanzadora; no solo por la justicia intrínseca de sus reclamos y demandas, sino también por la energía emancipadora movilizada. En una confluencia política más precisa y fina, ésta podría concurrir hacia transformaciones nacionales más profundas, como en el caso del primer peronismo con Evita. Un ejemplo de esto lo dan los maestros y maestras, cuyos gremios se lanzan a un paro los días 6, 7 y 8 de marzo, para, entre otras cosas, reclamar por la estratégica paritaria nacional.
La intervención recolonizadora de Estados Unidos en la región tiene como objetivo la destrucción política -y algo más también- de todo de movimiento político antiimperialista, o que solo se atreva a cuestionar sus dictados. No puede esperarse hasta último momento: el armado del frente nacional es urgente, con la mayor amplitud posible, con el objetivo principal de aislar a los sectores oligárquicos y desplazarlos del poder político. Más conciencia nacional y menos mezquindades y cálculos oportunistas. El desafío y los riesgos son enormes, más cuando es difícil creer que el régimen oligárquico, de probada histórica vocación autoritaria, acepte pacíficamente jugarse su suerte a la regularidad de un proceso electoral en el que se sepa perdidoso. Además, un eventual triunfo electoral deberá ser al mismo tiempo una victoria política, a partir de la implementación inmediata de un programa de país con orientación nacional popular.
En fin, la continuidad de la política macrista no es viable por su falta de sentido de la política exterior, la destrucción del mercado interno y la conflictividad social, pero si lo lograra, será más por impericias ajenas que por méritos propios.
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