“Populismo y Emancipación, (diferencias y afinidades)” es un capítulo de mi próximo libro que espero publicar hacia mediados de este año. La intención es que sean capítulos-taller a fin de promover talleres de intercambio de ideas, experiencias y debates constructivos, en particular con sectores de la juventud. O sea, tratar de gestar puentes inter generacionales
favorables al desarrollo del campo popular.
Jorge Luis Cerletti (16/01/19)
Economía y Política
La dependencia de la política a la economía en el Capitalismo se explica porque lo esencial sobre lo que se asienta el poder en este orden social es la economía. Vale decir, responde a su capacidad productiva y a su potencia financiera y comercial. Por eso cuanto más desarrollado está el sistema, mayor es la gravitación política de las grandes Corporaciones. Hoy, estos gigantescos capitales imponen sus intereses incidiendo y manipulando la política del variado y amplio espectro de los estados nacionales.
Lo descripto exhibe a la economía como el nivel principal del sistema pero, obviamente, no es el único. Lo cual no significa que lo económico sustituya a la política en el capitalismo pues ésta garantiza y motoriza su dominación. En el polo opuesto, las políticas emancipatorias anticapitalistas promueven la superación de este injusto orden social. Aquí la cuestión se complejiza al considerar la política “realmente existente”. Es que lo estructural está atravesado por los particularismos y su múltiple variedad de situaciones e historias concretas. Luego, es preciso evaluar la influencia de los diferentes actores y las luchas sectoriales sobre la señalada polaridad.
Aquí es oportuno hacer la distinción entre política y gestión lo que no supone omitir su vínculo. Pues toda política que como tal disputa el poder, si triunfa, debe administrar los recursos de la sociedad. O sea, hacerse cargo de la gestión que, disimulada o expresamente, está prefigurada en esa política. Luego, ambas categorías son parte de la problemática del Estado. Mas, dicha institución porta un irresuelto y serio interrogante para toda apertura que promueve la emancipación: ¿cómo construir organizaciones que garanticen la real participación de la sociedad en decisiones sustanciales para su existencia?
Un problema semejante presenta el cuestionamiento a la vigente democracia representativa que legitima al poder dominante. Esto suscita otra pregunta: ¿cómo encarar las situaciones en que dicho poder muestra fisuras, sea por crisis y/o conflictos y luchas de quienes lo enfrentan sin romper con la legalidad sistémica? Este interrogante trae a escena al llamado “populismo” que es objeto de polémicas en nuestro medio y también en otras latitudes.
Acerca del “Populismo” y la Emancipación.
Los mayores divulgadores del término “populismo” proceden de la derecha y de su poderoso aparato de propaganda, televisivo y del periodismo escrito. Lógicamente, lo cargan de un contenido insidioso y negativo para desprestigiarlo y anularlo políticamente. En nuestro medio esto es tan evidente que torna superfluo referirse a semejante prédica. Mas, descartada la misma, es conveniente pensar su relación con los movimientos que plantean la emancipación. Tal enfoque origina distintas interpretaciones y debates. Por lo tanto, abordaré someramente los alcances políticos del populismo. Y con esa finalidad haré una esquemática mención al conocido aporte teórico de Laclau.
Plantea Laclau:“…la `vaguedad´ de los discursos populistas, ¿no es consecuencia, en algunas situaciones, de la vaguedad e indeterminación de la misma realidad social?” (“La razón populista”, pág. 32). Es válida su tácita afirmación considerando la multiplicidad de actores y sectores sociales. Cuestión que se articula con lo que después desarrollará respecto de las demandas equivalenciales. Las que, en conjunto y bajo el predominio de alguna/s de ellas, resultan la base simbólico-política del significante pueblo que a su vez establece una frontera insalvable con el poder dominante, digamos el “anti pueblo”.
La conjunción de las “demandas equivalenciales” son reclamos que remiten a necesidades sentidas al interior del abarcador “significante pueblo” que potencian la energía de los movimientos populares. Empero, hay síntesis más abarcadoras como ciertos enunciados simbólicos generales que expresan y condensan sentimientos y políticas de profunda raigambre popular y de gran capacidad movilizadora. Por ejemplo, las tres banderas del peronismo: “justicia social, independencia económica y soberanía política” que representaron la antítesis política de la “década infame”. También viene a colación consignas claves de otros momentos históricos como el lema “Paz, Pan y Tierra” que lanzaran los bolcheviques durante la primera guerra mundial y que culminó con la Revolución Rusa.
La cita y mi reflexión acerca del enfoque teórico de Laclau, es para situar lo que configura un vacío que ha dejado y deja el “populismo”. Según mi interpretación, este vacío marca la significativa omisión de lo estructural sistémico en su política que es un nivel fundamental para las corrientes emancipatorias con miras al mediano y largo plazo. Sin embargo, éstas aún no gravitan en la sociedad pues distan de crear alternativas superadoras en tanto que la mayor riqueza de su praxis deviene de las experiencias micro. La diferencia teórico-práctica señalada, obstaculiza fructíferos intercambios entre ambos sectores que, en los hechos, enfrentan al mismo enemigo. Uno, inmerso en su política cortoplacista, pone el acento en las exigencias del “día a día”. El otro, al que pertenezco, orienta su praxis a lo estructural a fin de superar la política realmente existente y potenciar las luchas actuales a través de una construcción con proyecciones a futuro.
Principales sucesos en la política actual.
Llegados a este punto intentaré situar lo planteado resumiendo, esquemáticamente, los sucesos más importantes de la política actual.
En EE.UU., accedió a la presidencia Donald Trump con un discurso nacionalista y xenófobo que implementa con fuerza. En Inglaterra, se impulsa el Brexit y paralelamente, en Europa se fortalece el nacionalismo de derecha que inquieta al liberalismo reinante en la Unión Europea. No obstante, no creo que haya un cambio significativo en torno al poder mundial mediado por la decisiva influencia que ejercen las grandes corporaciones. Sí es esperable un reacomodamiento de su incidencia con relación a establishment gubernamentales que pretenden mayor peso en las decisiones en algunos de los países centrales. En esto juegan disputas por la hegemonía, los intereses nacionales y entre otros problemas, las secuelas que aún dejó la gran crisis de 2008. Todo lo cual repercute en el resurgimiento de discursos nacionalistas de derecha que a su vez combate a la inmigración flagelada por las guerras genocidas que ellos mismos alimentan. También testimonia las dificultades que plantea el desarrollo tecnológico y la concentración del capital que tienden a ser expulsores de mano de obra asalariada. Fenómeno que se agudiza en los países periféricos con el aumento de la pobreza y las trágicas migraciones humanas que resultan el “pato de la boda”.
Las guerras selectivas como en Siria, afectan a toda el área y generan disputas entre las potencias. En Sudamérica, se produjo el desplazamiento de varios de los gobiernos populares emergentes en la primera década y media de lo que va del siglo y los que subsisten se ven asediados. En Brasil, cayó el gobierno popular mediante un golpe blando seguido del triunfo electoral de la ultra derecha de Bolson-aro; Venezuela, desquiciada y rondando un golpe blando si no un golpe militar; Argentina, triunfo de los CEOs de Macri and company; Ecuador, Rafael Correa traicionado por el actual presidente Lenin Moreno, su ex vicepresidente; Bolivia, derrota de Evo en el referéndum que propiciaba su cuarta reelección consecutiva; el Mercosur en marcha hacia el “Merco-rporaciones”…
Ese panorama oscuro se oscurece aún más si pensamos en la carencia de alternativas al capitalismo en el mundo. Si bien los señalados gobiernos “populistas” produjeron hechos positivos, su retroceso actual constituye un testimonio de los límites estructurales propios del sistema capitalista.
Aclaremos que el término populismo que se puso tan en boga en la actualidad, abarca expresiones con diferentes matices de acuerdo a cada situación. Como ser el Chavismo en Venezuela, los gobiernos K en Argentina, los de Evo en Bolivia, el PT en Brasil, en fin, las aperturas que desde el inicio de este siglo emergieron en Sudamérica perturbando la hegemonía neoliberal.
El “populismo”, al menos en nuestro país, ha mostrado una tendencia declinante. Basta considerar el nacimiento del peronismo y su gobierno en el período 1945/52, a su 2º mandato en declive e inconcluso por el golpe militar, comparados con las realizaciones posteriores que, salvo la excepción de los 3 meses de Cámpora, siguieron con la declinación del 3er. gobierno de Perón y, ni qué decir, del reaccionario de Isabel-López Rega y la del neoliberalismo desarrollado en la presidencia de Menem en los 90. Aún el resurgimiento de los 12 años K dista mucho de las realizaciones inaugurales. Claro, son otras las circunstancias pero eso mismo habla de las debilidades del “populismo”. En ese sentido, vale comparar los 18 años de la resistencia peronista y sindical (con sus disputas y antagonismos internos incluidos) ante el penoso espectáculo de nuestros días.
Esta etapa reclama ideas innovadoras y una sumatoria colectiva de esfuerzos para enfrentar la despiadada dominación del gran capital. Las luchas deben responder a la causa de los de abajo y a todos los que la asumen. En función de ello y sin renunciar a los principios, tenemos que ampliar la mirada política. El “populismo” (discutible significante) aporta numerosos luchadores que no debemos confundir con quienes usufructúan de las prebendas del Estado. Sumar fuerzas en las luchas concretas y al mismo tiempo, impulsar el pensamiento crítico en torno a las limitaciones del “populismo” y acerca de la gestación de caminos que tiendan a la emancipación.
La ambigüedad, ¿a quién favorece?
Ahora bien, con el paso del tiempo se puso en evidencia la erosión de las aristas más agudas de las luchas y formulaciones de carácter anticapitalista. El ejemplo mayor devino de la implosión del campo comunista. En nuestro continente, después de la 2ª guerra mundial, además de la revolución cubana y la nicaragüense, surgieron movimientos nacionales que se opusieron al poder económico concentrado. Pero hoy, fortalecidos los grupos dominantes internos y externos, descalifican a sus opositores con el nombre de populismo que unifica diferencias y matices. Y en lo que va del siglo, englobaron también al llamado Socialismo del siglo XXI, proclamado en Venezuela, y a los gobiernos que no responden cabalmente a sus intereses.
De lo expuesto se infiere que el rótulo sirve de muy poco para definir las diferencias políticas entre las distintas experiencias que se desarrollaron en Sudamérica desde comienzos de este siglo. Y si tildamos de “populista de derecha” a Trump o a los pronazis actuales, se llega al extremo de perder el sentido del término. Porque se mezcla la captación de importantes masas humanas de la sociedad con los fines e intereses reales de quienes generan tal captación. Según ese criterio podríamos sostener que Margaret Thatcher era populista.
Asimismo, referenciar el término a las masas empobrecidas de nuestro subcontinente, si bien delimita el campo, con ello aún no se supera la ambigüedad. Es que tal delimitación nada dice de las características propias constitutivas de las diversas políticas. Por ejemplo, no diferenciar al ex-gobierno de Lula del de Evo, mimetiza lo que es asistencialismo con políticas nacionales más radicalizadas.
Al mencionar las diferencias entre las distintas variables agrupadas como pertenecientes al “populismo”, tocamos un punto clave irresuelto. ¿Cuáles son los límites de su oposición al gran capital? ¿Hasta dónde se puede desarrollar una política independiente en este período hegemonizado por las grandes corporaciones? Referente a la segunda pregunta pensemos que el gobierno de Macri desmanteló la “herencia populista” de 12 años K. en unos pocos meses. Es que el orden social dominante, el capitalismo, conlleva un proceso de concentración que se manifiesta en el poder de las grandes corporaciones ligadas a la gravitación de las naciones hegemónicas. En tanto que el “neoliberalismo” es el nombre ideológico-político con que se identifica tal dominación mundial.
En los países periféricos el populismo, fundamentalmente, remite a lo nacional y a su lugar en el mundo. En ese plano, la soberanía nacional se sostiene en la independencia económica y ambas deben garantizar la justicia social (las tres banderas históricas del peronismo). La reivindicación de la soberanía nacional, reconoce distintos momentos con diverso grado de radicalidad. En general se negocia con lo organismos internacionales y las potencias hegemónicas sin llegar a someterse. En lo económico, plantea e impulsa una política desarrollista. La misma no es antagónica al capital sino que pretende regularlo desde el Estado. A la vez, promueve la creación de empresas estatales en sintonía con la expansión de la industria privada a cargo de la “burguesía nacional” pero que desde hace décadas brilla por su ausencia.
Partiendo de ese fenómeno, retorna la pregunta sobre la ambigüedad que supone la bandera del populismo. La mezcla de intérpretes y de posturas es funcional a la derecha porque, el unificar las diferencias, facilita su prédica que desacredita al bloque en su conjunto. Así, mientras magnifica las taras de lo más retrógrado, oculta o distorsiona lo que le preocupa, la política de los sectores que se le oponen. Y aquí se presenta el nudo de la cuestión. ¿Qué márgenes tiene lo nacional dentro de la llamada globalización? ¿Se puede “combatir al capital” aceptando las reglas del capital?
Combatiendo al capital.
Ciñéndonos a nuestro país, se puede apreciar
que desde el nacimiento del peronismo
(simbólicamente el 17 de octubre de
1945), las luchas populares más importantes giraron a su alrededor.
Tanto en momentos de alza de las luchas
políticas y reivindicativas como en las conquistas gubernamentales, con sus
retrocesos y traiciones. Es que su heterogénea composición incluye a un amplio
abanico que va desde sectores revolucionarios hasta la peor resaca
reaccionaria. Mas, lo que representa una significativa particularidad del
peronismo, es la resonancia de su legado histórico en el sentimiento y el
imaginario de amplias masas populares. Y esa característica, en su aspecto
negativo, favorece a la parafernalia de políticos, sindicalistas, oportunistas,
etc. que negocian en su nombre mientras usufructúan de sus prebendas.
Ahora dejemos en suspenso el lado fácil del
diagnóstico, la miserabilidad señalada y encaremos la prédica de los sectores
kirchneristas y antimacristas en general. Diría que el eje principal de su
discurso gira en torno a lo económico que se traslada a lo social. Actualmente
prevalece una reiterada exposición estadística sobre la repercusión negativa
para el país de las principales variables económicas, una radiografía del
actual gobierno reaccionario de los CEOs. Empezando por el brutal crecimiento
de la deuda externa, siguiendo por el desempleo, el desmantelamiento de los
organismos nacionales del Estado, la inflación, etc. Obviamente, son críticas
justas y necesarias. Sin embargo, la paradoja anida en la pregunta de si esto
significa combatir al capital. Y si lo es, ¿en qué medida y cuáles son sus
proyecciones?
Aquellas críticas plantean una cuestión de grado en el cuestionamiento
al capital. En términos económicos, tal enfoque implica revertir el proceso
vigente lo cual redundaría en el bienestar de la población. Esto supone una
redistribución más equitativa de la riqueza que es donde el “populismo” hace
hincapié y en el que obtuvo sus mejores logros. Podría aceptarse que en esta
etapa “combatir al capital” significa fortalecer al Estado mientras esté bajo
control de gobiernos populares fieles a su legado. Sin embargo, como vimos,
esos logros fueron desmantelados en un corto lapso, fenómeno que tiende a
reproducir la historia del peronismo. Ergo, “combatir al capital” sin
adentrarse en la naturaleza del capitalismo, en su racionalidad interna y el
carácter de sus ciclos, resulta un combate sin destino. Esos temas son básicos
e insoslayables, dignos de reflexión y del debate que nos debemos, amplio y
plural.
Si trasladamos la problemática señalada a la
construcción de la subjetividad social, emergen las contradicciones. Basta
con mencionar la exaltación del consumo para tomar conciencia de la
subjetividad individualista y egoísta que estimula. “Casualmente”, el consumo
configura una insustituible prioridad para la realización del capital. Sumemos
otra muestra de condicionamiento psico-social: la vigencia de “los mercados”
y del rol del dinero, teórico equivalente para el intercambio de
mercancías. En verdad, resulta el potenciador de ambiciones personales y
colectivas y el emperador del capital financiero que, en sus múltiples formas,
domina el escenario mundial. Estas sustantivas objeciones retoman la pregunta
sobre el combate al capital, aunque dirigida ahora a quienes sostenemos una
posición definidamente anticapitalista.
Pues bien, nuestra impugnación fundamental
deviene de desentrañar la naturaleza del capital y del Estado, raíces
estructurales de distintas formas de explotación y dominación. Pareciera que
esto nos exime de mayores comentarios pero, por lo mismo que se denuncia, actualmente se levanta un
muro insalvable. Es producto de la hegemonía mundial del capitalismo y de la recurrente
preeminencia del Estado para organizar la macro actividad social. Y aquí, ante
semejantes obstáculos, se abren diversas instancias que suponen desafíos para nuestra política y
la del denominado “populismo”. Es obvio que existen notorias diferencias entre
ambas opciones, las que ya expuse. Sin embargo, se presenta un campo común a
transitar, la búsqueda de condiciones
sociales sostenibles que mejoren la calidad de vida de los de abajo en procura
de una sociedad más justa e igualitaria.
Cerrarse al diálogo y al intercambio de ideas
sólo favorece a los amos del poder y del capital. El aislamiento y el
sectarismo perjudican la causa de los de abajo, hoy preñada de interrogantes. Estoy
convencido que es necesario el concurso, amplio y desprejuiciado, de todos
aquéllos que defienden dicha causa y actúan honestamente en su campo. Cada cual
sostiene sus convicciones y razones, lo cual es válido. Esto no debe impedir
escuchas atentas y receptivas a otros aportes. Los obstáculos para alcanzar una
sociedad más justa e igualitaria son tan grandes que requieren, más que nunca,
derribar barreras e instalar un intercambio colectivo que fomente la
creatividad. Abramos bien los oídos para
escuchar mejor otras voces.
Tomemos conciencias de las limitaciones
propias y ajenas. Nuestra apuesta por la
emancipación hoy resulta tan irrealizable a nivel macro como es imprescindible
seguir impulsándola a nivel micro. Vale decir, desarrollar un tejido
político-social que conforme una red que entrame las luchas por la
emancipación. Mientras que el “populismo” debe cuestionarse los alcances de sus
logros que se deterioran en cuanto el poder dominante supera sus crisis y reafirma
su gravitación estructural. Y si sigue atado a las leyes del sistema, corre el
riesgo de terminar abonando el campo enemigo. En suma, una construcción de lo colectivo implica
tareas de largo aliento que conllevan convergencias que no son lo mismo que
mixturas. Luego, frente a la penumbra política actual que incentiva las
preguntas, la lucidez y la voluntad para que se creen nuevas alternativas
liberadoras de nuestro pueblo resulta una tarea política convocante.-------
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