Jornal do Brasil |
La derrota electoral del candidato del PT y el acceso al gobierno de Brasil de Jair Bolsonaro, significa la derrota política del nacionalismo democrático liderado por Lula, y sella en forma adversa el destino inmediato de la integración continental. Así pues, el péndulo se corre y se sacude hacia el lado argentino, donde, aún con debilidades y torpezas, se deposita la esperanza del reinicio de un ciclo nacional, para evitar una caída aún más profunda.
El largo ciclo de sucesión de avances y retrocesos, que se ha descrito con razón como de revolución y contrarrevolución, da lugar a una disyuntiva que, en el inicio de cada ciclo da lugar a una consigna de hierro: crear las condiciones suficientes para consolidar la historia en una única dirección, sea la progresiva o la regresiva. A suerte o verdad, para nuestros pueblos que se agitan entre los avances y las resistencias. Allí está la causa de los genocidios y crímenes cometidos por las últimas dictaduras militares, o de las políticas de destrucción y sometimiento de los años 1990, y que es suficiente para justificar cualquier política de tierra arrasada para que no haya suelo fértil para el regreso de los populismos, en caso de crisis de gobernabilidad.
Javier Azzali |
El ciclo progresista merece el calificativo de nacional por su defensa del interés integracionista a favor de la autonomía y crecimiento continental, y de democrático, por la profundización de la participación popular y las reglas del debido proceso y el respeto de los derechos civiles, políticos y sociales. En Lula se depositaba la esperanza de una reversión de las políticas reaccionarias que habían ganado posiciones con el gobieno de Macri, en Argentina, y, con la declinación del segundo gobierno de Dilma Rousseff y el ascenso golpista de Temer. Su condición de líder con representatividad nacional, prestigio en todo el continente, y capacidad política, lo colocaban en lo alto de las encuestas electorales, por sobre el alicaído y estancado PT. Así pues, su persecución judicial y mediática, su encarcelamiento y finalmente proscripción, sumado a la impotencia política de sus seguidores para responder con eficacia a tal difícil situación, sellaron la suerte del país y también la de la región. Nos encontramos ante un auténtico proceso de demolición de la unidad de la patria grande y de su institucionalidad supranacional, que incluso retrotrae a una etapa anterior al Mercosur.
La manipulación de la Big Data, indudablemente existe –la parcelización de la información, su segmentación dirigida y la mentira programada- y sea de dimensiones considerables, pero podría no ser la causa principal explicativa del apoyo de sectores bajos y medios a candidatos que expresan programas contrarios a sus intereses. Más bien, prefiero transitar por las zonas del tradicional colonialismo cultural, sobre el cual opera toda acción política, misturado con el agotamiento presentado por las políticas de los gobiernos populares. Con todo lo progresivo que ha sido, sin dejar de rescatar todo su valor, el ciclo nacional democrático ha encontrado obstáculos estructurales que no ha podido superar, fortaleciendo entonces la capacidad de reacción de los sectores oligárquicos pro imperialistas que, ahora, “avanzan hacia atrás”, destruyendo todo lo que se pueda y remachando los nuevos tornillos para la dependencia. Las dificultades, o lisa y llana imposibilidad en algún caso, de perforar el techo levantado por las estructuras de economías dependientes, concentradas y extranjerizadas, dejó presa fácil de alternativas ilusorias creadas a la luz de falsas promesas de cambios, a sectores de la población que, por su lugar social, deberían de brindar su apoyo a los movimientos nacionales. A la vez, éstos quedaron como los responsables de una situación de crisis que, en verdad, es parte de los modelos de país que, justamente, se supone sus políticas deberían cuestionar.
Ahora, Bolsonaro, en línea con el desarrollismo industrialista del ejército, hace no mucho tiempo cuestionó la privatización de la estratégica empresa petrolera Petrobras. Sin embargo, a la vez parece haber delegado el manejo de la economía a Paulo Guedes, un neoliberal que viene anunciando la necesidad de un plan de privatizaciones para pagar la deuda externa. Lo que sí está claro, es la profundización de un giro pronorteamericano y en contra de la integración sudamericana que habilita a pensar que se transita, otra vez como en los años 1970, la huella del subimperialismo, como instrumento de los intereses de los Estados Unidos en la región, mediante la supremacía de Brasil por sobre los países vecinos, incluido Argentina. Los datos oficiales son elocuentes en cuanto al perfil del intercambio comercial de Brasil. El 21,8% de sus exportaciones son destinadas a China, el 12,5% a EUA y, recién, lejos y en tercer lugar, Argentina con el 8,1%. Se deriva que la economía de Brasil, tanto en sus exportaciones como en sus importaciones, es más de carácter global con China, en primer lugar, y EEUU en segundo lugar, que regional con Argentina[i]. Vuelve con notoria vitalidad, las reflexiones del político y pensador de la izquierda nacional uruguaya, Vivian Trías, cuando señalaba que la clave de la unidad continental está en la relación Brasil-Argentina, ya que su estéril rivalidad equivale a la desunión y debilidad del continente[ii].
Jornal do Brasil |
Se avizora, posiblemente, el fin del ciclo de la democracia como sistema político al menos tal cual lo conocíamos hasta ahora. Resaltemos: no estamos señalando que regresen las dictaduras tal como las conocimos en el siglo XX, pero es evidente que, las democracias regionales no son un sistema útil para el establecimiento de los regímenes de la dependencia y para evitar el resurgimiento de las políticas con interés nacional y latinoamericano. Su reconversión ya empezó con los procesos electorales distorsionados por la intervención en las redes sociales, la propaganda mediática, y la lisa y llana proscripción, que fue un hecho real en Brasil y es una amenaza en Argentina. Lo que es claro, en todo caso, que nada volverá a ser lo que fue, ni en materia económica, de política exterior, ni en materia de democracia. Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Cuba, quedan en situación de extremo riesgo frente a las agresiones del poder imperialista. El quiebre y sometimiento del país bolivariano, por sus extraordinarios recursos naturales, en hidrocarburos, agua y minerales, es prioridad para el imperio, por lo que es víctima de todo tipo de agresiones en ascenso. Las consecuencias gravísimas que seguramente tendría una reacción exitosa, justifica largamente la tozuda resistencia de los cuadros bolivarianos.
En orden a pensar la realidad de nuestros países en una visión latinoamericana de conjunto, debe señalarse que abona a la confusión generalizada la creencia en una ola de nacionalismo formada por Trump, López Obrador, Bolsonaro y cuanto líder europeo proteccionista haya. Vale, y mucho, recordar la necesidad de la distinción conceptual entre el nacionalismo de una potencia opresora, como los Estados Unidos, del de los países oprimidos. El primero expresa a la dominación imperial, mientras que en el segundo, es una forma resistencia contra, justamente, ese imperialismo, por lo que tienen significados opuestos; uno es regresivo y el otro progresivo. Además, en el caso de Bolsonaro, el nacionalismo de derecha y aristocrático no es lo mismo que el nacionalismo popular.
La recolonización guarda el objetivo de convertir el continente en una gran factoría financiera y proveedora de materias primas, sin industrias ni desarrollo productivo, sin paz y con clases trabajadoras empobrecidas y debilitadas. Cuanto más rápido se puedan volver a alzar los programas nacional-populares y democráticos, con eje en la integración regional con autonomía, mayor será la fortaleza de la resistencia popular.
[i] Alfredo Jalife Rahme, en sitio: https://mundo.sputniknews.com/firmas/201810261082993792-cinco-eventos-de-gran-impacto.
[ii] Vivian Trías. “Imperialismo y geopolítica en América Latina”, 1969, Ed. Jorge Alvarez, Bs. As..
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