El resultado electoral nos obliga a la reflexión crítica y con la mesura suficiente como para no perder el equilibrio necesario para continuar sin zozobrar en cierta pesadumbre y escepticismo por el curso de los acontecimientos.
El saldo más negativo es que el gobierno logró superar holgadamente el desafío electoral, lo que le permitió convalidar lo realizado y legitimarse sobre lo que vendrá. A esta altura no puede sorprender a nadie que haya salido indemne del desafío electoral, pero la manera en que se dieron los números, en función de la competencia en aquellos distritos en lo que había dispersión opositora, principalmente en la Provincia de Buenos Aires, se posiciona en óptimas condiciones para la sucesión presidencial en 2019.
Por otro lado, como venimos señalando desde diciembre de 2015, el regreso de nuestro país a la dependencia es causa de una crisis generalizada en casi todos sus ámbitos (desde la política y la economía, hasta la cultura y el futbol), pero ello no se da de manera inmediata y determinista. Por ello, si bien la situación económica de las mayorías ha empeorado, y en algunos casos de manera notable, pero aún estamos lejos de que el deterioro social sea determinante de sus opciones, como lo fue en 2001. Muy lejos estamos de eso y hasta tal vez, nunca volvamos a una escena similar, en especial si tenemos encuentra que uno de los objetivos del macrismo es el garantizar políticamente la gobernabilidad del modelo oligárquico en ejecución.
La cuestión central es que el gobierno no necesita para garantizar su gobernabilidad un triunfo masivo porque cuenta con el sostén directo del poder económico y mediático concentrado, pero sí necesitaba evitar una derrota electoral que le pusiera en crisis de legitimidad. De paso, también quedó atrás el posible cuestionamiento de fraude ideológico en relación a la falta de cumplimiento de lo prometido en las elecciones de 2015. Ahora, avanzará con sus políticas de "reformismo permanente", eufemismo con el que se denomina a la destrucción de los derechos de los trabajadores, del sistema previsional y tributario.
Para peor, la situación grave de la opresión de Milagro Sala se profundiza cada vez más, lo que ya es un martirio público y sinfín, en un plan orquestado por el gobernador pero acompañado por sectores de la propia sociedad jujeña, lo que nos muestra la verdadera grieta de la que tanto hablan algunos, en esa suerte de falla geológica de nuestra historia que es la pugna entre la civilización docta y la barbarie indígena.
El principal objetivo de las fuerzas nacionales, en estas elecciones de medio término, en poner un límite al avance oficialista de ajuste y de pérdida de derechos y de ingreso de los trabajadores, no se ha cumplido.
Al frente se encuentra una oposición dividida, no solo en sectores sino también en lo ideológico. El problema de la división del peronismo no es solo de orden organizativo sino principalmente ideológico. La división es expresión de la disputa por su dirección política. No tienen el mismo significado Urtubey y Massa -quien sigue auto adscribiendo a la ideología peronista-, de un lado, que Cristina, del otro, mientras que no queda del todo claro el de Randazzo, el tercero en discordia. Posiblemente esta disputa sea la razón por la cual CFK prefirió entrar en el juego de la polarización, aún a riesgo de perder la elección con Cambiemos, pero con la prosecución del objetivo de dejar en claro su predominio frente a sus pretendidos competidores. Lo que ocurre es que la unidad del peronismo no es un objetivo en sí, sino que es una consecuencia de la solución al problema de la disputa acerca de su dirección. De lo contrario, tendríamos que alabar la unidad del peronismo en los años noventa, cuando, aunque matizada por el Frente Grande y el pequeño grupo de los ocho, la mayoría del justicialismo se alienó, sin olvidarse las estampitas de Perón y Evita, detrás de un programa oligárquico y neoliberal. Por eso, la cuestión principal es la formación del frente de liberación nacional que aglutine a la mayor cantidad de fuerzas sociales de raíz nacional, detrás de un programa que, mínimamente, propugne una oposición al régimen en marcha y objetivos de justicia social, de soberanía y defensa del trabajo y de la producción nacional.
En cuanto a la posibilidad inmediata de la proyección de un frente nacional, cabe considerar que, si bien CFK perdió en la PBA, la diferencia es exigua, la cantidad de votos lograda es importante y con considerable distancia con su inmediato seguidor, entre otros puntos. Pero tal vez lo más importante es su triunfo en las zonas del conurbano industrial (la tercera sección, por ejemplo), en donde se encuentra la base social imprescindible para lanzar un modelo de país industrialista y con eje en el trabajo, la producción y el mercado interno. Sin este apoyo, el proyecto sería directamente inviable y sin destino social. Claro que este apoyo, por si solo, no es suficiente para asegurar el triunfo, ni siquiera, en la misma provincia, donde predominó una alianza entre los sectores altos y medios de los centros urbanos, más cerca de pensar como en Capital Federal, y los sectores del interior bonaerense, ligados a la geocultura de la pampa húmeda. Este sector confrontó electoralmente a nivel país, con la base social del modelo agroexportador expandido a otros sectores que lo acompañaron, con eje en Córdoba, buena parte de Santa Fé y del litoral, con vértice en la Capital Federal, cada vez más autónoma, lugares desde donde Cambiemos construyó su mayoría. La identidad política de estos sectores los une, en una mirada general, en su antiperonismo, hoy expresado en su desprecio a la figura de Cristina, en donde destaca la acción estratégica y concertada de los medios de comunicación a lo largo de todo el país. Se suma, además, aquellos que aún sintiendo el golpe en el bolsillo y la caída del ingreso, no lo relacionan con las políticas económicas implementadas, llegando incluso a justificarlas en nombre de un supuesto desaguisado legado de la etapa anterior. En definitiva, la persistencia y predominio del colonialismo cultural, a través de los grandes medios y las redes sociales, predica entre muchos una visión falsa de la realidad, a partir de la cual los grandes problemas del país y de la región quedan ocultos detrás de una bruma de mitos y prejuicios.
Visto a la distancia, la negativa de CFK a darle PASO al randazzismo melló sus chances de ganar, pero a la vez es, a esta altura y de acuerdo al discurso del domingo a la noche, revelador de su estrategia de ser la jefa de una oposición confrontativa sin lugar a concesiones, aunque sea desde la posición de primera minoría, o sea admitiendo la posibilidad de la derrota en la provincia de Buenos Aires. En resumen, la actitud de una campaña con destino de minoría no es un buen augurio, pero el reconocimiento de que Unidad Ciudadana es apenas la base de un movimiento que debe ser mucho más amplio y abarcativo, da lugar a la esperanza.
El tiempo, y especialmente, los hechos dirán si esta última estrategia se implementa con convicción y en forma adecuada, pero sin duda, a esta altura de los acontecimientos, se nos muestra como el único camino posible a transitar por las fuerzas nacionales. En especial, cuando la propuesta de Randazzo, Urtubey, De la Sota y Bordet, tras el resultado electoral, por ahora se han ido por el barranco. De esta manera, la figura de Cristina aparece, en principio, como la mejor posicionada para definir la dirección política de la oposición, a diferencia de los anteriores, a cargo ahora de la responsabilidad y desafío a la vez, de proyectar la organización del futuro frente nacional.
Cabe recordar también que las nuevas figuras ingresantes al parlamento, con CFK a la cabeza desde el estratégico senado nacional, se sustentan sobre el fracaso de la oposición legislativa. Y aunque el kirchnerismo no sea totalmente ajeno a esto último, este nuevo escenario renueva las esperanzas de empezar a construir una mayoría a nivel país que permita derrotar electoralmente, en 2019, al oficialismo.
Para eso se mezclarán elementos del proyecto pasado y del porvenir, y habrá que atender especialmente a los reclamos sindicales y laborales, cuya cuestión será el principal tema de agenda inmediata venidera, a partir de ensayar una necesaria alianza entre la política y el sindicalismo, con un posible vértice en los legisladores de origen gremial.
Por ahora, el resultado electoral arroja al país hacia un destino incierto, en donde lo único seguro es que el rumbo de los acontecimientos estará orientado por la fuerza política representativa de los intereses oligárquicos e imperialistas. Sin darle la razón del todo a José Natanson, quien hablaba lisa y llanamente de nueva hegemonía, sin duda ahora sí estamos ante la evidencia de un intento de darle sustento político a mediano plazo, al modelo liberal oligárquico. No hay que descartar la irrupción de una crisis económica originada por factores financieros externos ante la brutal toma de deuda y falta de controles sobre los capitales, pero ese no parece el mejor escenario para el regreso del proyecto nacional.
Mientras tanto, la esperanza de retomar la senda nacional y democrática, aunque moderada, está asentada en la necesaria alianza entre los sectores políticos de la oposición, con Unidad Ciudadana a la cabeza, y los sindicales y movimientos sociales, motivada por la defensa del trabajo y la producción nacional, o sea, en defensa propia y de nuestro lugar en el mundo. Aunque los antecedentes históricos recientes ofrezcan algunos reparos, el valor de la causa en juego debería de ser proporcional al tamaño de nuestra esperanza.
Juan Sonko, 24 de octubre de 2017
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