Horacio González |
La reunión era a medianoche en el recientemente creado Ministerio de Racionalidad y Desalojos, con relucientes quince secretarios generales ayer mismo nombrados. Días pasados discutimos la sigla, no nos pusimos de acuerdo, pero una mayoría opinó a favor de “MinRaDe”. Rara, pero asustaba bien. En las afueras de la plaza que lo rodea solo quedaban los guardias con las listas de rigor (los excluidos y los que podían entrar) y un ligero resto de gas lacrimógeno en el aire. Balcarce rompió el momento tenso que precede a cada reunión del Equipo, con una pregunta cautelosa. Nunca arriesga una opinión concluyente al comienzo de los cónclaves, ni nunca se permite una conclusión, personal, sino que deja que los demás hablen por él. Ese es el estilo que me gusta, si no fuéramos nosotros, los del Equipo, los que tuviéramos que buscar las justificaciones más extremas. Pero reconozco que lo más incómodo es que competíamos entre nosotros para ver cuál era la mejor forma de justificar 100, 400 o 900 despidos. A cada nivel de profundización del pluralismo, debía corresponder una justificación específica, que no ahorrara una severidad infinita, incluso cierta crueldad necesaria y ejemplar.
La expresión que pronunció el primer secretario –“se tienen que ir porque son todos ñoquis”– produjo un hondo silencio en la reunión. La mirada de Balcarce parecía gélida pero centelleaba. Luego de esa amplia pausa vacía de palabras (que estremece en todo lugar, más en el MinRaDe), alguien susurró, con la implícita conformidad de Balcarce, la reprobación que desbarató correctamente ese incómodo desierto verbal. “Está muy manoseado”, se escuchó decir, “se convirtió en un chiste, y la justificación tiene que tener mayor nivel, ésa solo alcanza para 100 o 200”.
Ni qué decir que el primer secretario no pronunció palabra el resto de la reunión. ¡Nada nos era fácil a los que queríamos hacer imperar la racionalidad y el cálculo de eficiencia en toda la vida del país y de las personas! Una palabra incorrecta o lo que parecería de sentido común, nunca alcanza. Balcarce solía decir, precisamente: no alcanza, vengan con ideas nuevas, con ideas tormentosas y que sean desalmadas, pero siempre con diálogo. El segundo secretario se animó a hablar y casi acierta el pleno: se me ocurrió algo nuevo, dijo, hay que “descremar el Estado”. Como si uno fuera a un asadito y pidiera la parte menos grasa. “Retomar la idea de grasa, eso es, lo que sobra, el detritus, lo desagradable”, quiso convencerse el segundo secretario. Balcarce sonrió, ni muy sobradora ni tan indulgentemente como todos esperábamos. Esa es buena, pronunció, pero la escuché muchas veces, incluso la dijo el Ministro de Nuevas Oportunidades –el “MINUOP”– en su último viaje al exterior. Para mí, quedó muy remanida. Se acerca a lo que buscamos, pero sirve solo para el nivel de 1000 o 2000. Acá –y entonces recorrió con su incisiva mirada a todo el Equipo sentado en la mesa oval– precisamos grandes justificaciones, tenemos que llegar al nivel “Alfa” de Prescindibilidad de Masas, lo que ningún país europeo consiguió hasta ahora. Que tiemblen las paredes. Sigan buscando, precisamos decir todo lo grandioso con frases más efectivas. Lo nuestro es alcanzar el nivel de 20.000 o más. La república ya queda chica, los decretos extraparlamentarios ya son un juego de niños. ¡Todo lo grande está ajustado en medio de la tempestad! Así habló Balcarce. Cuando quería, sabia decir las frases más enérgicas, traduciendo mejor el viejo tema del brain storming, cuya antigüedad databa de más de un siglo. ¡Puaf!
–¿Y si probamos con “El Estado desencarnado”? El tercer secretario acabó de decir esta frase y percibió alrededor un murmullo de aprobación, que seguramente le hizo pensar que había hecho muy bien en abandonar esa Gerencia General de la Destilería Norton Limited, para entregarse a las nuevas fauces enmagrecidas del Estado, el Leviathan Flaco de los deseos de Balcarce, que dicho sea de paso, aflojó un poco la tensión de su rostro.
Muy buena, dijo, con ésta arrimamos el bochín. ¿Qué nos gustaba de Balcarce? Nos atraía por su modo directo y coloquial de referirse a las cosas incluso en los momentos de peligro. Sin embargo –continuó–, siento que falta algo, un menor compromiso con el pasado. Recuerden que “vuelvo desencarnado” ya se empleó en el país para otra cosa, que no recuerdo bien que era. Ahora nosotros “venimos a desencarnar”... está bueno, pero solo arrima, no moja todo lo que queremos. Una sonrisa general y cómplice emanó del Equipo al escuchar esa última palabra, una posible grosería si se la tomaba bajo cierto tono confidencial que Balcarce, cuando salía de su natural austeridad, sabía emplear muy bien.
Por eso, quizás pensando que había hablado demasiado en serio, aflojó la reunión con un: “Todo está bueno, es muy lindo, lindo de verdad... “
No obstante, faltaba la idea máxima orientadora, que por fin dio un joven participante de la Reunión, de un modo que nadie esperaba. Era alguien que recién había salido del Instituto de Coaching Ontológico de nuestro Equipo. ¡Lo tengo, dijo, ya lo tengo! Nadie de nosotros, un poco más maduros, se hubiera animado frente a Balcarce a emplear semejante opinión autocomplaciente.
Y continuó: ¿No se habló tanto tiempo de una cifra que acabamos de bajar de un hondazo? ¡30.000! ¿Qué les parece? “Treinta Mil (con palabras, así el número no suena tan artificioso) despedidos por vagos y malentretenidos.” Se produjo otro gran silencio, expectante y duro, pero no se intimidó el muchacho con su ontología insaciable. Explicó todo de tal manera que Balcarce depuso su fama de exigente ante la Gran Justificación: “Usamos una actitud racional del siglo XXI con una fraseología anticuada del siglo XIX, que fue empleada contra los gauchos. Con ese número y esta actitud, todos comprenderán de qué se trata”. Publicitariamente, pensé, la amalgama de lo modernísimo con de lo arcaico era perfecta, y además, era lo que recomendaba Durán, el experto antillano que nos daba clase sobre Nuevas Escatologías Posliberales. No entendíamos mucho, pero todo contribuía a eliminar la Grieta. ¿Por qué no habré seguido con mayor atención esos consejos, así podía también arrimar el bochín y mojar con una gran frase en la Reunión de Equipo?
A todo esto, Balcarce, totalmente distendido, aprobó. La frase es larga, dijo, pero nos lleva al corazón de la gente, que siempre quiere lo mejor. Prometo aprenderla rápido. Incluso en inglés. Y salió rápido a hacer las compras en el supermercado chino, donde iba a ser fotografiado y todo.
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