Aldo Duzdevich |
La nueva serie Netflix Llamame Francisco está basada en una investigación de Martín Salinas, sobre la vida de Jorge Bergoglio. En materia de libros esto sería una “biografía autorizada”. Es decir que el protagonista de la historia, hoy Francisco, conoció y aprobó en términos generales su contenido.
“Y ahora, los que estamos vivos, y aquí enteros, después de habernos muerto de miedo, muertos de vergüenza por no estar muertos, mientras otros morían de verdad(...). Estas palabras pertenecen a otro cura, el padre Jorge Galli, quien, a diferencia de Jorge Bergoglio, había sido un activo militante de la Resistencia Peronista y jefe de Montoneros hasta febrero de 1974 en que rompió con la organización.
Entre las heridas profundas que el genocidio dejó clavadas en la sociedad argentina existe una poco tratada por la literatura: la culpa del sobreviviente.
Nos referimos al sobreviviente como aquellas personas que en los años 70 tuvieron una militancia política dentro, o cercana, a los grupos armados, u otras que por su rol social o laboral estuvieron muy cerca de la tragedia.
La mayoría de los sobrevivientes cargan con su cruz. Por lo que hizo para salvar su vida, por lo que no pudo hacer para salvar a los demás, por el dolor que produjo en su familia. Siempre algo está dando vueltas en la conciencia de los viejos militantes.
Llegada la democracia y expuesto el horror de la represión, también la sociedad, la opinión pública dirigió su mirada sutilmente acusadora hacia los sobrevivientes. Y del “algo habrán hecho” que justificó la represión, se pasó al “algo habrán hecho para seguir con vida”.
Por mi tarea de investigar y escribir sobre los setenta, cuando entrevisto a algún compañero, lo primero que hace, sin que yo lo pida, es dar largas explicaciones sobre cómo hizo para “zafar”, palabra que usamos los ex militantes para explicar porqué estamos vivos; algo tan normal para el común de los mortales.
Hace poco tuve oportunidad de conocer a Jaime Dri, fugado de la ESMA, quien en 1978, acompañado por Mitterrand, dio una conferencia de prensa en París denunciando al régimen militar. Lo primero que hizo fue contarme su huida en la frontera y cómo obtuvo refugio en el obispado paraguayo, único lugar a salvo de los milicos. Con dolor dice: “todavía hay quienes me tratan de traidor por haberme fugado. Y si la Orga no me enjuició, fue porque ya se habían mandado la cagada de condenar a Tucho Valenzuela”.
Pero sin duda la explicación que me produjo más dolor y vergüenza de estar en el papel no deseado de inquisidor, fue la de una compañera sobreviviente de la ESMA, “esclava sexual” de un marino, que fingió ser su amante para salvar la vida. El libro Putas y Guerrilleras expone estas historias, aclarando que la palabra “putas” no venía de los milicos sino de sus propios compañeros.
¿Por qué esta introducción? Porque el padre Jorge Bergoglio, por el rol social que tuvo en la época, por la cercanía con personas de su afecto que sufrieron la represión, por lo que hizo para salvar unos pocos y lo que no pudo hacer para salvar a muchos más, pertenece a este colectivo social argentino de los sobrevivientes con culpa. Y realmente creo que esta biografía autorizada hecha película es su larga explicación que ya nadie le pide pero que él necesitaba dar.
Hay quien dice que “la serie falsifica los hechos para presentar al protagonista como un héroe de la resistencia a la dictadura”. Bueno, yo no vi eso, más bien se ve a un cura algo burocrático, muy mesurado, exageradamente prudente, temeroso, que sólo da ayuda a unos pocos, que por amistad y/o por su condición de buen samaritano no podía negar.
Jorge Bergoglio ingresó al Seminario de Villa Devoto en 1958 pero sólo hizo allí su primer año. Este seminario fue cuna de lo mejor de la Iglesia progresista y revolucionaria. De allí salió un grupo de seminaristas que dejaron los hábitos para fundar las Fuerzas Armadas Peronistas, FAP. Seguramente el joven Bergoglio se cruzó en los pasillos y conoció a muchos de ellos. Pero se hizo jesuita, no se integró a los curas del Tercer Mundo ni, mucho menos, a alguna organización vinculada a la lucha armada.
¿Podemos juzgarlo mal por esto? Bueno, para quienes consideran que el único compromiso real y verdadero era la lucha armada seguramente sí. Pero, para quienes aun habiendo alentado y participado de la violencia revolucionaria entendemos que fuimos una pequeña parte de un todo muchísimo más amplio, que es la lucha del pueblo por su liberación, ya no juzgamos con la vara de los “elegidos” a quienes no lo hicieron.
Bergoglio, entonces, fue en los 70 un cura jesuita que por historia y formación intelectual simpatizaba con el peronismo. Que, a los 36 años, le dieron un alto cargo en su congregación y se dedicó desde allí a su labor pastoral. Por lo tanto nada hacía prever que fuese asesinado o desaparecido, ni tampoco que encabezara la lucha contra la dictadura.
¿Bergoglio tuvo miedo? Y… sí. Todos tuvimos miedo. Mucho miedo. Qué creemos ¿que los 30 mil no tuvieron miedo? Hay que meterse en la piel de los militantes de las organizaciones armadas, que a partir del 24 de marzo sufrieron un verdadera cacería, en la cual lo más temido eran los “dedos” o las citas cantadas, es decir los propios amigos y compañeros que quebrada su condición humana se transformaban en delatores y cazadores de su propia gente.
Se han generado sospechas sobre el papel de Bergoglio ante el secuestro de dos sacerdotes jesuitas Orlando Yorio y Francisco Jalics.
Francisco Jalics, que aún vive, hizo público un comunicado desmintiendo que acuse a Bergoglio de ser su denunciante.
Yorio falleció en agosto del 2000, pero quedó una carta de 1977 dirigida al superior jesuita padre Moura donde deja claro dos cosas, una que su relación con Bergoglio no era buena y, dos, que al ser liberado Bergoglio se ocupó de conseguir documentos y pasajes para sacarlo del país, hecho que se muestra en la película.
Respecto al tema de la “desproteccion” que significó que fueran separados de la Orden Jesuita, es un tema discutible. Los curitas de San Patricio no se salvaron por ser Palotinos, ni Angelelli ni Ponce de León se salvaron por ser obispos. No creo que pertenecer a la Compañía de Jesús haya dado garantías de preservar la vida. En 1989, en El Salvador fueron asesinados seis jesuitas por los escuadrones instruidos por militares argentinos.
Cuestionar la serie porque el autor desconoce que Esther Balestrino de Careaga era militante del Partido Febrerista paraguayo; si los tres seminaristas se escondieron antes del 76 o si la película no es estricta en lo cronológico, es tan importante como debatir cuántos ingleses se mojaron las patas en las invasiones inglesas de 1806.
Hay quienes creen que la Iglesia es “una retrógrada institución eclesiástica”. Y es una opinión respetable. Yo creo que en los 70 un sector importante de la Iglesia Católica, comprometida con la causa de la liberación, fue la simiente de muchos de los mejores cuadros revolucionarios en Argentina y latinoamérica.
No será la Iglesia el movimiento revolucionario de los proletarios del mundo. Pero hoy la Iglesia tiene un Papa llamado Francisco que predica cosas como ésta: “un capitalismo salvaje ha enseñado la lógica de las ganancias a cualquier costo, de dar con el fin de conseguir sin pensar en la explotación de las personas (…) y vemos los resultados en la crisis que estamos viviendo”- El ser humano está en “peligro” y en el mundo “no manda el hombre, sino el dinero”.
Decía Perón que “aquellos que luchan contra mi enemigo son mis amigos”.
Y hoy este hombre expuesto a la acusación fácil y la sospecha, hoy este hombre llamado Francisco está plantado casi en soledad en el mundo, predicando contra el capitalismo salvaje y explotador de los pueblos.
Y creo que desde este modesto ejército de militantes, perdedores de tantas batallas, debemos llamarnos a la humildad de los juicios. Juicios que algunas veces también se alzan contra nosotros.
Los verdaderos responsables del genocidio –el neocolonialismo y sus aliados– son los mismos que hoy cuestionan al papa Francisco. ¿Hay necesidad de seguir tomándole examen y pidiéndole explicaciones?
Bueno, aunque me disguste hacerle publicidad a Netflix, vean la serie y saquen sus propias conclusiones.
* Autor del libro La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Perón.
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