viernes, 20 de julio de 2018

LAS REDES DEL PODER, Por León Pomer(") para Vagos y Vagas Peronistas

                    

Los argentinos hoy estamos padeciendo superlativos agravios; ominosas acciones contra las masas populares corren en paralelo con una monumental apropiación delictiva de la riqueza nacional. Millones de seres humanos son condenados al hambre y al sacrificio de su vida. Hacen excepción las varias fracciones de la clase dominante local, que parecen sentirse realizadas frente a la perspectiva de ponerle un bozal a la inmensa mayoría del pueblo y reducirlo al hambre. Se salvan (por ahora) sectores de los estratos medios; los angustiantes tarifazos que también los alcanzan no les impiden continuar odiando a las masas, y no ver que su propio futuro está siendo corroído. Una pervertida visión de la realidad no logra neutralizar los apremios de la economía. 

El llamado neo liberalismo, versión actual del viejo capitalismo, aboga por el mercado, al que le asigna el papel decisivo de regulador de la sociedad. La escasa simpatía por el “intervencionismo” estatal, particularmente en lo que hace a políticas sociales, no impide que lo utilicen ampliamente para degradar la sociedad y enriquecer aún más a los ricos y a los muy ricos. Los efectos de la flagrante barbarie instaurada con espectacularidad y alevosía, o con una solapada y artera violencia, son el caos, el bombardeo inmisericorde de pueblos, la destrucción de Libia, el Yemen, Afganistan y Palestina; son Grecia y Haiti exprimidos hasta la exasperación; son los cuerpos agredidos de Brasil y Argentina. Sin ánimo de minimizar la devastaciones que nos precedieron, afirmamos que jamás en la historia del país fue tan exitosamente instrumentada una hecatombe como la que está demoliendo gran parte de logros duramente conquistados; y lo que es peor: los demoledores van por lo que aún está de pie. Se sigue una primera, dolorosa y fundamental lección: el capitalismo no puede ser “abuenado” (salvo lapsos efímeros) si persisten su entraña, su lógica, su poder, sus artimañas. 

La gravedad del paciente, en este caso la nación entera, exhibe manifestaciones desconcertantes propias de un mal cuyas metástasis se extienden por todo el cuerpo nacional. Bien vistas las cosas, quienes en ningún momento perdieron la capacidad de leer atentamente la realidad y extraer conclusiones, probablemente no descubren la pólvora. Desconcierta y asombra, espanta la inaudita tibieza, o manifiesta complicidad de parte considerable de la dirigencia política y sindical de primera línea, que hasta la fecha no ha dado respuestas a la altura de la tragedia a que el país está siendo sometido. Los débiles quejidos contra el poder demoledor lanzados a regañadientes y bajo enorme presión popular no inauguran nada nuevo en la argentina. El colectivo humano configurado por gente que ve el sangramiento de la patria como si no fuera problema suyo, tiene gruesos precedentes en la historia reciente y en la más alejada: constituye, de hecho, una red de poder cómplice de los propósitos nefastos de la dominación. El hambre ya generalizado y la sumisión a los dictados del poder financiero internacional y sus agentes locales ni horrorizan ni conmueven a quienes por su posición en las jerarquías políticas y sindicales y por su mera condición de argentinos debieran encabezar la lucha por la sobrevivencia nacional, pero han preferido actuar como líderes medrosos, que se reducen a cautelosas y bien comportadas reconvenciones al poder devastador. 

Huele a miserable añagaza el tan mentado y harto repetido anonadamiento ocasionado por la derrota electoral inferida a fuerzas que acompañaron al anterior oficialismo, enroladas (al menos de palabra) en la tradición peronista de justicia social, soberanía nacional, etc., etc. La presunta dificultad para despertar de ese alegado mazazo que habrían padecido, o aun pretenden padecer políticos y sindicalistas que hace muchos años dejaron de ser niños de pecho, sumado a los actuales cabildeos, gestiones, reuniones, tratativas e inocuas, repetitivas y aburridas declaraciones notoriamente ajenas al clarísimo sentir popular, impiden, demoran o dificultan la gestación de un gran proyecto liberador, nacional- popular (que parecen temer, porque les restaría poder)que debiera elaborarse a partir de miles de asambleas populares en todo el territorio nacional. 

Son demasiados los dirigentes que por uno u otro motivo asisten pasivamente a un proceso que se propone transformar regresiva y definitivamente todas las estructuras sociales, materiales y culturales del país. Y lo que es particularmente grave: que se esfuerza en hacer estúpidas marionetas de los seres humanos que lo habitan, entre los cuales, habrá que reconocerlo, no hay pocos definitivamente perdidos para el pensamiento racional y lógico, y para valores como la solidaridad con el prójimo en desgracia. La indiferencia y el egoísmo patológicos son grandes triunfos de la dominación; no nacen con las personas ni son inherentes a la supuesta “condición humana”. La indiferencia le es indispensable al feroz egoísmo que caracteriza al capitalismo, que se expresa en la vida diaria con un popular estereotipo: “si yo no me ocupo de mi familia, quien se va a ocupar”, “tengo mis propios problemas como para ocuparme de los problemas ajenos”. 
Mauricio Macri y Juan Manuel Urtubey

En presencia del desastre que se ahonda día a día, hay también una categoría de políticos amparados bajo el paraguas peronista (bajo el cual parecen coincidir la Biblia y el calefón) que practican la ambigüedad mientras huelen desde donde y hacia donde sopla el viento. Su acendrado patriotismo, que alcanza elevadas manifestaciones en una parla invadida por lugares comunes repetidos maquinalmente y sin convicción, parece residir en el exclusivo interés de hacer “carrera” valiéndose de la política: en consecuencia, adecuan las conductas no al interés colectivo, sino a la más estricta mezquindad personal sostenida por el sueldo de concejal, de diputado o de paniaguado, más las coimas y otras changas y granjerías. Es significativo que algunos gastan más tiempo y saliva estigmatizando a la ex presidenta de la república que en la creación del frente nacional – popular que frene la barbarie hambreadora de millones de niños, evite que los jubilados acorten su paso por este mundo e impida que se arruine la vida de legiones de personas repletas de vitalidad y potencia creadora. En aras de insignificantes intereses personales, infaustas miserabilidades y pérfidos carrerismos (y acaso mucho más) se abstienen de ejercer la dignidad de la indignación frente a la patria devorada y rapiñada. 

El acompañamiento legislativo a un oficialismo minoritario en las cámaras del congreso, la vocación “dialoguista” del trio cegetista (una manera de dilatar al máximo un claro enfrentamiento con el gobierno) y una reiterada y conmovedora preocupación por no perjudicar la gobernabilidad, deben ser juzgados por lo que representan: traición a la ya muy castigada clase obrera y masa popular en general (incluyendo sectores medios bajos que aunque con cierta demora, han sido o están siendo despertados a la realidad). 
Miguel Angel Pichetto

Lo cierto es que opera una dirigencia obrera (salvemos las excepciones, que las hay y talvez son la mayoría) obligada, para salvar la cara, a negociar salarios y defender empleos; pero al hacerlo, se afana por circunscribir esas luchas, como si no fueran un fragmento de una resistencia que exige solidaridad y que además debe brindarla a quienes atraviesan situaciones semejantes. Se busca la fragmentación de los que están en el bote que arriesga zozobrar; se los quiere indiferentes y ajenos entre sí: que cada cual reme para su lado. Se quiere evitar que cada conflicto aparezca como la manifestación parcial de un drama generalizado. 

Insistamos. Una dirigencia sindical burocratizada que se reivindica peronista, dueña en muchos casos de bienes personales que no explican sus ingresos, incursa en oscuros connubios con gobiernos y empresarios enemigos del pueblo, eternizada en las cómodas poltronas de las secretarías generales, es objetivamente un poderoso instrumento del poder dominante en las filas de los dominados. Y eso no es de hoy. Las traiciones al ideario que conmovió a las grandes multitudes argentinas e hizo de ellas el gran protagonista de la vida nacional, siempre supo de sujetos que simularon ser lo que no eran. Eso explica el menemismo y sus apoyos sindicales y políticos; sobre todo explica la reelección de quien había mostrado su entraña con enorme elocuencia ¿Dónde estaba la fidelidad al interés popular y nacional de quienes se decían miembros de ese campo? ¿ Por qué millones de personas decentes votaron contra sus propios intereses, sin advertir la gravedad de lo que estaban haciendo, guiados por dirigentes que si sabían lo que hacían? Y hoy, por qué no hay un clamor generalizado en el congreso y en la dirigencia (tomemos un solo caso entre cientos de escándalos semejantes) por el cierre de escuelas en la provincia de Buenos Aires, obviamente ocultado (como tantas otras ocultaciones) por la prensa al servicio de la dominación. 
El tridente cegetista

No entienden nada (que por ahí quedan algunos), o entienden demasiado bien los dirigentes sindicales y políticos que incurren en la complicidad con los ejecutores del proyecto que ya ha entregado pedazos de la soberanía nacional al FMI y a los grandes poderes financieros internacionales. El sistema supo cooptarlos con fáciles halagos, haciendo de ellos piezas necesarias del engaño a que someten al pueblo, tarea que parecen cumplir a satisfacción. Para no pocos, es más fácil y gratificante ser dirigente de sometidos y aborregados que soportar protestones, inconformistas y críticos impenitentes. Quienes han resistido todos los intentos de atrofia cerebral no pueden menos que indignarse al escuchar declaraciones de “expertos” en naderías y dirigentes que con fingida y visiblemente forzada indignación critican los “errores” cometidos por el comité de mercaderes y estafadores (apoyados por la clase dominante) que se supone que gobiernan, cuando en realidad saquean con total carencia de inhibiciones. El señalamiento al gobierno de “errores”, la exhortación a leer atentamente la realidad y a cambiar políticas económicas son artimañas que intentan “dejar bien” a quien las pronuncian, sin incomodar a los “equivocados” gobernantes. Es más que evidente que en el poder no hay errores en la orientación general; concedamos que puede haberlos y los hay en la gestión. La mafia gobernante implementa los intereses que representan Macron en Francia, Temer en Brasil y Rajoy representó en España. Los directivos de grandes bancos internacionales (fracción financiera del poder dominante en parte considerable del maltrecho planeta) obviamente no viven en carne propia las desventuras de las grandes mayorías, Dios los libre. Pero no pueden ignorarlas, porque las propician, no les importa, son indiferentes a sus lúgubres resultados y no cejarán en su tarea en tanto el pueblo, con dirigentes a la altura de las graves circunstancias no los derrote y los obligue a huir con sus inmensas fortunas a los infiernillos fiscales que son sus patrias reales. 

Para terminar este artículo, queremos señalar lo que también constituye una red del poder: red informal que repite y multiplica los discursos de aquel. Quienes gustamos de conversar con amigos en el bar en que solemos “parar”, tenemos una experiencia poco grata: el televisor conectado al más oficialista de los canales (lo son casi todos), y el diario que proporciona el establecimiento, invariablemente Clarín. En no pocos casos las conversaciones son de alguna manera forzadas a comentar las “noticias” vistas o leídas. Agréguese que nunca falta algún sabiondo que “baja línea” (no necesariamente con aviesa intención) a favor del gobierno, que se supone que explica, justifica, asevera, pontifica

Las armas del poder son múltiples, a veces parecen insólitas, no lucen como lo que son. Pero obedecen a una racionalidad no evidente. Sabemos de engañifas, extorsiones, estigmatizaciones, palos a mansalva y balas a granel; padecemos la acción de los sub poderes mediático y judicial; pero no tenemos en cuenta la formidable red de transmisión de los relatos del poder que opera en el seno del pueblo, que aporta decisivamente a la formación de un sentido común difícil de contrariar, a menos de exponerse a situaciones más que escabrosas. Agreguemos que en la mesa del bar siempre hay alguien que no habla, pero escucha. Si preguntado por su silencio, responderá que no habla de política. 

La red a que aludimos no precisa de alardes, es cordial, no es arrogante; funciona en los momentos del encuentro grato con viejos o más recientes amigos. Pero también opera en la mesa familiar, en las pocas (o no tan pocas) palabras intercambiadas con el panadero y el verdulero, en la charla con vecinos que no sólo se ocupa de cuestiones meteorológicas. 

Los actores de este formidable ejercito de difusión e inculcación de unas ideas simples y categóricas son gente “como uno”, no son agentes pagos por el gobierno, no son difusores deliberados. Son individuos catequizados por la cultura de la dominación desde el día que vinieron al mundo, que creó en ellos una fuerte disposición o campo fértil para hacerse propagadores de la misma. Sin saberlo. Esas gentes, que fueron enseñadas a no justificar sus asertos con pruebas y argumentos lógico racionales, consideran verdades irrecusables, inamovibles y definitivas las opiniones y noticias que han hechos suyas. Talvez porque vienen de un lugar superior a ellos que aún les inspira respeto, Productos selectos de la cultura de la dominación, fueron educados para “pensar” como piensan, sin necesariamente recibir el rechazo de sus auditores, ellos también producto de la cultura que inocula el Poder en todas las personas, algunas con mayor éxito que en otras. 

Individuos de ambos sexos que se mueven en la vida cotidiana a nivel del suelo social y de los estratos medios cumplen una silenciosa acción deletérea (de la que, vale repetirlo, no necesariamente son conscientes) con sus prácticas comportamentales y sus opiniones, incluso con sus silencios frente a los escándalos que a diario se suceden. Esos sembradores de confusiones, e ignorancia, disminuyendo o minimizando la magnitud destructiva de las políticas oficiales, generalmente creen poseer una independencia de criterio que se revelaría en la queja contra la inflación y los horribles tarifazos que los victiman. Pero cuando culpan, lo hacen a determinados funcionarios salvando al gobierno de una responsabilidad que no sería suya, sino de quienes integrándolo cometen gruesos errores. 

La cultura de la dominación que funciona en todas las coyunturas, buenas y malas, que es permanente porque es permanente el sistema que la sustenta, revela claramente su eficiencia en los momentos particularmente críticos, limitando o destruyendo la capacidad de razonar lógicamente, cultivando el olvido selectivo, particularmente de las experiencias dramáticas vividas no hace muchos años por la mayoría de la población. Todos los que a designio, o con ingenua inocencia contribuye al sentido común que satisface a la dominación, son objetivamente elementos de una red de poder que los ha conquistado colonizando sus cerebros. Son un ejemplo, ellos y muchos más, de una dominación consentida, que no sabe que consciente. 


(") Doctor en Historia y Sociedad. 18 libros publicados, algunos en Brasil y Argentina y otros sólo en Brasil. Decenas de ponencias en congresos nacionales e internacionales y centenares de artículos sobre historia y literatura. Docencia en la Argentina (UBA y Universidad del Salvador) y Brasil (Universidades de Campinas, del Estado de San Pablo y Pontificia de San Pablo). Incluido oportunamente en el programa Café, Cultura Nación de la Secretaría Nacional de Cultura.








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