viernes, 6 de agosto de 2021

ACERCA DE LA DENSA HISTORIA DE UNA CIUDAD PUERTO por Hugo Chumbita * para Vagos y Vagas Peronistas

 



Pienso en la pandemia como una amenaza del mundo exterior cernida sobre al territorio que habitamos. Tengo la impresión de que es una reacción de la naturaleza ante las agresiones al ecosistema perpetradas por la especie humana, que va convirtiéndose en una plaga para nuestro planeta, con su desmedida concentración de riqueza y poder en el hemisferio norte y los abusos que se cometen contra las demás especies. Pero dejando el asunto para que lo respondan quizás las ciencias y la filosofía, en un enfoque histórico más acotado, si vemos la pandemia como un castigo que viene de afuera, parece una metáfora del destino del país desde que se creó el Virreinato del Río de la Plata.

 

          Quiero recordar que la Argentina se modeló a partir de entonces como un embudo, con un puerto-puerta destinado a abrir esta región al intercambio con la metrópoli, al cual arribaban y del cual partían los galeones trayendo vituallas y esclavos para llevarse el oro y la plata del Potosí; un comercio que fue variando para extraer después los cueros y lanas, más adelante las carnes y granos, mediante la construcción de la tela de araña ferroviaria que traía las manufacturas de Europa y arruinaba las bases de la industria local.

 

          Esta cabeza de Goliat fue creciendo exponencialmente con las oleadas de trabajadores inmigrantes que bajaban de los barcos, más los otros que vinieron de tierra adentro. El siglo veinte conmovió el reinado de los ganados y las mieses, la crisis mundial del capitalismo alteró la ecuación agroexportadora y el crecimiento se encaminó con la industria nacional, pero el tejido de la dependencia se reconfiguró con el ingreso de más capitales multinacionales y el tráfico de otras mercaderías e insumos. Hasta la era actual, en que los avances tecnológicos han ido removiendo los muelles y la ciudad capital es más que nada un puerto virtual, siempre en la función de intermediario, como sucursal de las corporaciones y las redes financieras globales: el mostrador donde se despachan los grandes negocios.

 

          La historia de la ciudad está llena de acontecimientos memorables que la enaltecieron, desde la expulsión de los invasores británicos y el alumbramiento revolucionario de la república; aunque también la gran aldea fue asediada por los levantamientos de las provincias que reclamaban compartir los frutos de la emancipación, en una larga disputa que culminó implantando el retaceado sistema federal. En la etapa de las guerras civiles los propósitos unitarios fueron derrotados, pero la ciudad contaba con los recursos de la hegemonía mercantil para mantener sus privilegios.

 

          Después de Caseros se segregó para formar un Estado aparte, y después de Pavón se mantuvo como capital de la provincia bonaerense, hospedando graciosamente al gobierno nacional. Los intentos de poner la capital en el interior fueron vetados por el sanjuanino Sarmiento, y en 1880, cuando la ciudad albergaba unas 80.000 almas, Buenos Aires fue finalmente nacionalizada, venciendo la resistencia en armas del bando mitrista a costa de más de 3.000 muertos. Para que fuera, como dijo entonces el diputado José Hernández, el lugar de encuentro y armonía de provincianos y porteños, donde fraguara “el espíritu nacional”. Np fue posible, porque continuó siendo el reducto de la dominación oligárquica.

 

          Frente al orgulloso bastión elitista que miraba hacia afuera, una y otra vez se alzaron las demandas por rectificar el rumbo, que tuvieron mayor eco en los  pueblos interiores y en las orillas circundantes, en el cinturón fabril donde acudieron a radicarse los migrantes de las provincias. Un día de 1945 esas masas obreras de pigmentación más oscura inundaron las calles y la plaza, sorprendiendo a quienes las ignoraban y comenzaron a verlas como una peligrosa marea que ascendía de los suburbios.

 

          A la capital federal se la había dotado de un régimen municipal especial, con el intendente designado por el presidente y un Concejo Deliberante electivo, además de elegir senadores y una cantidad de diputados nacionales –llegaron a sumar un tercio de la Cámara− que le conferían peso importante en el Congreso. La composición social de la urbe tenía sus rasgos diferenciales que se reflejaron en el escenario político, como fue el caso de la inserción electoral de los socialistas, que alguna vez alcanzaron mayoría en los comicios capitalinos. Las cosas cambiaron con el advenimiento del peronismo, aunque la capital resultó ser el distrito donde su mayoría no era tan holgada, y los radicales se aproximaban a empardar el caudal de sufragios peronistas, por lo que las circunscripciones uninominales de la ley de 1951 se trazaron de modo que el voto de los barrios populares compensara el de los de más categoría.

 

          En la evolución posterior, la población de la ciudad quedó estancada en casi tres millones, mientras en las zonas linderas de jurisdicción provincial seguía creciendo el conurbano, donde habitan hoy unos doce millones de personas; numerosos municipios a los que se fueron desplazando las fábricas y puertos, nuevas actividades productivas,  villas precarias y barrios residenciales cerrados, en un proceso espontáneo, desordenado y en gran medida anómalo, Una megápolis que encierra grandes disparidades de nivel de vida e infraestructura de servicios, con ventajas para el distrito capital por sus recursos públicos, que es difícil corregir en esta acompleja configuración política.

 

          Agotado el ciclo de las dictaduras militares en el que regía la arbitrariedad de facto, volvieron al primer plano las deliberaciones sobre el sistema político. Se planeó reformar la Constitución, y el multipartidario y multisectorial Consejo para la Consolidación de la Democracia del tiempo de Alfonsín propuso, entre otras medidas, mudar la capital a los umbrales de la Patagonia y crear entonces una nueva Provincia del Río de la Plata que abarcara la ciudad porteña y el conurbano bonaerense, Era un plan de trascendencia geopolítica, que apuntaba por un lado a instalar el gobierno nacional en un lugar distante de la base tradicional de los “poderes fácticos”, y por otro lado integrar y equiparar el núcleo capitalino con sus prolongaciones de la periferia metropolitana.  

 

Pero tales ideas fueron dejadas de lado en el Pacto de Olivos que condicionó la reforma constitucional, reduciendo el tema a la elección popular del intendente. Parecía pues una forma de restar algo a la omnipotencia presidencial y crear un cargo ejecutivo que tal vez no pudiera ganar el peronismo.

 

Los términos fueron variando en otro sentido en el trámite de las Coincidencias Básicas de los dos partidos mayoritarios y en la Convención Constituyente de 1994. El punto de la elección del intendente se amplió hasta concebir un Estado-ciudad autónomo, a medias municipal y provincial, con su Legislatura y su Estatuto organizativo, donde el ejecutivo pasaba a titularse jefatura de gobierno. Se desecharon las numerosas objeciones de forma y de fondo formuladas en los debates por quienes alegaban que la capital “es de todos los argentinos” y advertían previsibles conflictos de competencia. En prevención, una cláusula constitucional estableció que por ley del Congreso se garantizarían los intereses del gobierno nacional mientras la ciudad fuera capital federal.

 

En efecto, en 1995 so dictó la Ley Cafiero, por la cual el Estado nacional se reservó diversas instituciones y facultades, incluso la justicia ordinaria y atribuciones de seguridad policial, circunscribiendo las funciones judiciales de la ciudad a los asuntos vecinales, contravenciones y casos contencioso-administrativos y tributarios locales.

 

          Pero los trabajos del parto de la Ciudad Autónoma continuaron tratando de darle mayor rango a la creatura. En 1996, la primera elección de sus autoridades mostró el predominio en el ámbito porteño de las dos alas de la Alianza, la UCR delarruísta y el Frepaso, que protagonizaron la elaboración de sus instituciones. La Legislatura Estatuyente se autodenominó “Convención Constituyente” y al estatuto lo llamaron Constitución para jerarquizarlo, según declaró la presidenta de la asamblea Fernández Meijide. El texto incluyó una extensa declaración de derechos ciudadanos y reguló los tres poderes orgánicos excediendo los límites de la Ley Cafiero, con una cláusula transitoria según la cual las disposiciones que sobrepasan las limitaciones de aquella ley tendrán aplicación cuando “una reforma legislativa o los tribunales competentes habiliten su vigencia”.

 

          A partir de allí, los gobiernos porteños comenzaron a disputar y absorber competencias, rebajando a la vez sus previstas alcaldías municipales a meros centros administrativos, y aumentaron los recursos propios y delegados por la Nación. Fue también notoria una orientación política diferenciada del resto del país. En esta ciudad hizo su carrera política ascendente De la Rúa, y comenzó a tramarse el engendro macrista, fiel expresión del avance de los intereses de la “patria contratista” sobre la gestión directa del gobierno, obediente a los dogmas neoliberales para seguir privatizando el patrimonio común e imponer el libre albedrío de la especulación financiera y la prepotencia de los consorcios exportadores  En este contexto ha podido cosechar votos, por ejemplo, una candidata impresentable en su provincia natal, y pueden medrar políticamente los gurúes de la city que saltan del sector privado al sector público y van y vuelven con las mismas recetas para servir a sus mandantes.

 

          Y estalló la pandemia, una calamidad que se derramó desde el norte, que encontró desunidos a los países suramericanos, y desde el norte también nos venden a alto precio los remedios. La peste puso de resalto el absurdo de una política sanitaria o anti sanitaria dividida por la avenida General Paz, a la par que ponía en evidencia los lazos de circulación del trabajo y servicios mutuos entre las áreas contiguas de la región metropolitana, en permanente y necesaria interrelación. Quedó expuesta asimismo la pretensión inadmisible del actual gobierno porteño de desacatar leyes nacionales impunemente, priorizando intereses mercantiles por sobre la protección de la vida humana  

 

          Hay que estudiar el gran diseño territorial de la nación, y aunque es dudoso que el traslado de la capital sea la solución de los problemas que arrastra nuestra estructura social y económica, sin duda la integración del complejo metropolitano, retomando la discusión de aquella idea de una nueva provincia rioplatense, podría conducir a una distribución equitativa de los recursos y a la reconfiguración política de esta parte central del país. Para que la puerta al mundo no sea la cabecera de playa del capitalismo global ni la sede de una clase dirigente de espaldas al interior, sino una ciudad recuperada para la política nacional, en sintonía con las necesidades del conjunto de la sociedad, como fue el espíritu de su federalización que proclamara José Hernández: una ciudad de todos y para todos nosotros, los argentinos.

    

*Historiador, abogado y docente

4 comentarios:

  1. Sin duda detener la elefanteasis de la odiosa CABA, ayudaría a equilibrar las desigualdades descriptas. No se si enterferiria mucho en épocas pandamicas, pero con seguridad nos libraría de las dictaduras de los Larratas.

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  2. Era tiempo q podamos leer esta parte de la historia Argentina. El inicio de lo q hoy todavía no podemos superar, llevará tiempo limpiar y dejar al descubierto a todos y todo lo q fue hundiendo nuestra patria hasta el momento. ES TIEMPO Q ESTO LLEGUE A SU FIN, SI BIEN SE, Q SOLO EL PUEBLO CON MUCHO ESFUERZO LO PODRÍA LOGRAR. NO CONOZCO NI ME IMAGINO EL MÉTODO PARA LLEVAR ADELANTE Y LOGRARLO. TENEMOS Q ENCONTRAR LA FORMA, SENTARNOS TODOS X Q SOLO LA UNIDAD NOS PUEDE LLEVAN AL TRIUNFO Y LLEGAR A ACUERDOS. PERO CON HONESTIDAD DE TODOS, SIN CARTAS DEBAJO DE LA MANGA X INTERESES PERSONALES.

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  3. Muy bueno. Cuanto nos falta como cultura politica para los grandes debates. Gracias Hugo por este documento

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  4. Muy bueno, Hugo. Algún día habrá que indagar cómo ha variado la composición de los tres millones de habitantes y cúanto bajo la alfombra guarda la Reina del Plata.

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